domingo, 7 de noviembre de 2010

Jodidos pero contentos (JPC)

 

Por: Antero Duks

Noviembre / 2010

 

 

Hay la vulgar creencia de que los mexicanos somos unos importamadristas incorregibles, y no están fuera de la realidad los que tienen esa opinión.  Hay quienes piensan que a lo largo de su historia, México se ha jodido muchas veces, yo corregiría para pensar que en muy pocas ocasiones, México ha despuntado por el sendero correcto.  La corrupción es y ha sido el flagelo, yo diría ya eterno, que nos agobia y que nos mata.

 

Podríamos remontarnos incluso antes del surgimiento del Estado mexicano, irnos hasta la Conquista o recordar la Colonia, cuando se otorgaban mercedes reales como patentes para abusar de los cargos.

 

Podríamos también intentar explicar la apatía que afecta a anchas franjas ciudadanas, recordando aquella frase del virrey Carlos Francisco de Croix, que en 1767 comunicó a los vasallos "del gran monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir ni opinar en los asuntos del gobierno".  Esto, lamentablemente, se quedó como atavismo en el pueblo mexicano, pues es así como interpreta la mayoría al gobierno.

 

Pero una cosa es cierta, para ser honestos, la corrupción, los abusos desde el poder, la resignación y el valemadrismo no se originaron con el PRI; lo que sí, y también para ser honestos, la República priísta captó a la perfección esos "dones" y los perfeccionó a la perfección, valga el pleonasmo, y además, ese "merito" no se los arrebata nadie, es muy suyo, reconozcámoslo.

 

Frederich Katz -el gran historiador vienés recién fallecido- recupera en La guerra secreta en México, un reporte del embajador alemán Paul von Hintze sobre la corrupción del capitán Huerta, hijo del usurpador, quien adquiría armamento con sobreprecios de escándalo.

 

Son fama pública las largas uñas de los "robolucionarios", hubo sin embargo notorias excepciones como la de Álvaro Obregón.  Quien incuso hacía bromas de lo que le tildaban sus gratuitos y envidiosas enemigos.  Entrevistado por Vicente Blasco Ibáñez, el caudillo exhibió su ingenio al respecto:

 

-- "A usted le habrán dicho que yo soy algo ladrón."

--"¡Oh general! ¿Quién puede hacer caso de las murmuraciones?...

Puras calumnias."

 

Obregón -describe el periodista español- no parece oírme y sigue hablando.

--"Pero yo no tengo más que una mano, mientras que mis adversarios tienen dos.  Por esto la gente me quiere a mí, porque no puedo robar tanto como los otros."

 

Y realmente, Alvaro Obregón fue una de las pocas excepciones, por eso se distingue, que no medraron de esa lucha y está considerado una de las figuras distinguidas de los que encabezaron el movimiento revolucionario.  Honor a quien honor merece.

 

En cambio, precisamente los que le tiraban a Obregón, fue la muy numerosa pléyade de pillos que se cobijaron a la sombra de Plutarco Elías Calles, lo divinizaron, lo nombraron "Jefe Máximo de la Revolución", lo entronizaron y, cuando ya estaban bien afianzados , lo mandaron al exilio y se hicieron amos y señores de México. Después domeñaron a las "masas proletarias y campesinas" –según era su expresión—y las aborregaron; situación que se extendió al resto del pueblo.  Esos "honestos y patriotas angelitos" fueron los forjadores de la Trinca Infernal (PNR-PRM-PRI) y de la desgracia de México.  Todo lo que estamos viviendo actualmente –corrupción, asesinatos, inseguridad, etc., etc.--  no es más que la cosecha de lo que sembramos todos, unos por avorazados y otros por dejados..

 

Pero para no extraviarnos en arqueología política, baste recordar que en un momento más próximo, a finales de la década de los 60, México parecía prefigurar una potencia intermedia: de 1960 a 1970, la tasa de crecimiento del PIB fue de 7.1%, con una inflación de poco menos de 2.5% en promedio durante esa década, y en 1970, nuestra deuda externa pública bruta era de apenas 4 mil 262 millones de dólares; nuestro cine y nuestra música conquistaban al mercado de habla hispana; nuestra política exterior nos prestigiaba y la educación pública constituía el soporte de una movilidad social ascendente.  Pero la realidad es que vivíamos una farsa, pues eso tuvo que finalmente que explotar, el país volvió a su triste realidad cuando Gustavo Díaz Ordaz escogió para sucederlo a Luis Echeverría: al final de su sexenio, la deuda externa creció casi cinco veces (19 mil 600 millones de dólares) y de 4.69 en 1970, la inflación pasó a 27.2 en 1976.  Después, Echeverría seleccionaría para sucederlo a su amigo de la adolescencia, José López Portillo. La docena trágica marcó el fin del maliciosamente pregonado "milagro mexicano".

 

Un manejo irresponsable de las finanzas públicas llevó a Echeverría a despedir a su secretario de Hacienda, Hugo B.Margain y a alardear: "Las finanzas públicas se manejan en Los Pinos" –el clásico "aquí solo mis chicharrones truenan", que realmente siempre fue el lema de todos los presidentes de la Trinca--  después, López Portillo anunciaría que el nuevo desafío de México era "cómo distribuir la abundancia", cuando abandonó el poder, dejó al país sumido en una profunda crisis, volvimos al redil.

 

En ese escenario de desastre llegaron Miguel de la Madrid, los tecnócratas y el fundamentalismo económico que llevó a una privatización indiscriminada y tramposa de empresas públicas. Aquí abro un paréntesis para hacer referencia al caso Telmex.  Hay quienes consideran, equivocadamente a mi juicio, que Telmex era la "joya de la corona" y que nunca debería haber sido privatizada, siendo que dicha empresa nació y creció en la iniciativa privada, así que de hecho lo que pasó fue que volvió al redil.  Además ¡qué bueno que así sucedió! porque es en la actualidad una empresa firme y próspera, que presta un servicio excelente y realiza una amplia labor altruista.  No quiero ni imaginarme lo que sería si hubiera seguido en manos del gobierno.

 

Son los años, que no terminan aún, del dictum de que la mejor política industrial es no tener política industrial; los años de una apertura irracional a mercancías extranjeras que han herido de muerte a ramas completas de nuestra industria (calzado, textiles, juguetes, artesanías…) Pero hay otros momentos de quiebre.

 

En el periodo 2000-2006, Trató Fox de componer la nave, pero cometió el error al considerar que esta compostura, la que México requiere: limpiar la  "bendita"  corrupción, estaba a su alcance y lo único que logró fue dilapidar el enorme capital político que le había reportado el bono democrático. No se percató de que este mal que nos ha agobiado durante siglos, requiere también de siglos corregirlo, así es que lo único que logró fue dejar escapar el momentum del cambio que se vivía en el país.

 

Ya entes, en alguna ocasión, apunté que el mal es mucho más fácil de aprender y domeñar que el bien, en proporción, según dicen los estudiosos de esos temas, de 4 a 1.  Si concedemos sin aceptar que dicha proporción es correcta, resulta que, en el caso México, considerando que el mal se aprendió y creció durante los setenta años de la oprobiosa dictadura de la Trinca Infernal, resulta que necesitamos 280 años para revertir el mal, y eso sólo a trabajo sostenido ¡híjole!

 

Han sido constantes los intentos de joder al país, pero a pesar de todo, México sigue en pie, vivito y coleando.  La irresponsabilidad de la clase gobernante y la indolencia de la sociedad no han terminado con el país, mayor, en mucho, a sus dificultades.  Es por ello que ya se va haciendo popular la expresión que contesta la ciudadanía para expresar su estado de ánimo: "JPC", que significa: "Jodidos pero contentos".  ¡ABUR!

 

 

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