Por: Circe Tinajero
Agosto / 2010
La realidad es que la corrupción no es un tema novedoso, su perenne existencia ha permeado casi toda la historia de nuestro país, sólo basta con hacer un breve recorrido a través de ésta.
En tiempos de la Colonia era común la compra y venta de puestos públicos (cualquier parecido con el Sindicato Mexicano de Electricistas –SME–, es mera coincidencia), títulos nobiliarios, el tráfico de escalafones militares y la confiscación de bienes, sobre todo entre las familias pudientes y las que se encontraban ligadas a la corona española.
Los gobernantes se aprovechaban de las complejidades de la estructura burocrática para hacerse de propiedades y de fortunas cuantiosas.
Ejemplo de ello fue el virrey Branciforte, quien se aprovechó de las relaciones con su cuñado Manuel Godoy, consejero de la corona, para crear una muy buena fortuna y aunque fue acusado de corrupto, ladrón y malvado, nunca se le comprobó nada.
Incluso, abandonó la Nueva España diciendo que estaba cansado de gobernar y harto de vivir en México, aunque gracias a ello había podido conseguir una gran cantidad de bienes.
Después de la Independencia, algunas familias, ligadas a los gobernantes, aumentaron sus riquezas, gracias a que brindaban favores, los cuales cobraban con concesiones, tierras y puestos públicos.
A lo largo del siglo XIX esta perversión se convirtió en el tema más recurrente, pues todo mundo sabía que las leyes no se cumplían de un modo regular, las instituciones no funcionaban, abundaban los motines, las rebeliones, y no se contaba con la disciplina del ejército ni con la responsabilidad de los funcionarios, lo cual se debía a que el país apenas comenzaba a formarse.
Desafortunadamente, con el paso de los años la corrupción siguió creciendo y cuando el movimiento revolucionario de 1910 pretendió cortar de tajo con el antiguo régimen y sus vicios, los resultados fueron muy pobres; la corrupción se pasó de unos a otros, es decir, seguía latente sólo que ahora se llevaba a cabo gracias a los llamados caudillos.
Para 1940, cuando se anunciaba la muerte de los efectos de la Revolución Mexicana, dicho vicio siguió con vida, y para colmo de males se había sistematizado con una perfección que permitió que el poder lo tuvieran unos cuantos por más de 70 años.
Todo indicaría que sí, somos un país de corruptos, que es parte de nuestra historia ser así y que ahora durante las fiestas del Bicentenario celebraremos 200 años de vivir en la corrupción. Sin embargo, a pesar de que "lo normal" fuera ser corruptos, ha habido mexicanos que han nadado contracorriente.
Asimismo, hay que tener en mente que todos poseemos voluntad, que no estamos obligados a cometer los mismos errores, que somos un país libre que tiene la capacidad de cambiar su futuro y erradicar sus vicios.
Estimado lector, es tiempo de cambiar lo que no nos gusta de nuestro país, no hay que esperar a que llegue el gran presidente o gobernador para hacerlo, uno mismo puede lograr grandes cambios, si erradicamos poco a poco lo que está dañando nuestra sociedad, como es la corrupción.