Por: Emilia Vázquez Nava
Enero / 2011
La quimérica igualdad de derechos entre hombres y mujeres, reclamada por los movimientos feministas, es contraria a los propios intereses de la mujer.
Reproducimos un resumen del interesante artículo publicado por la revista Catolicismo
«Recibimos una carta de la lectora Raquel, de la cual destacamos el siguiente tópico por juzgarlo de interés general:
…Realmente la vida, como está organizada actualmente empuja: a la mujer hacia fuera [del hogar], para trabajar. Incluso porque hay casos en que los maridos están desempleados. Entretanto, la mujer no debería tener el mismo horario que los hombres ni el mismo tipo de trabajo. Pero lo que no puedo aceptar es la opinión que oí de una
- Deberíamos tener acceso a los mismos trabajos que los hombres pues, ¿no somos todos iguales?
Rematando bruscamente la conversación ella dijo:
- No tengo hijos porque no tengo tiempo para cuidarlos.
Pero yo sabía que ella tenía mucho tiempo para dedicarse a sí misma, para viajes e incluso para cuidar y pasear a su perrito"
* * *
Estimada Sra. Raquel,
Concordamos con Usted en género, número y grado, en la apreciación que hace sobre la actitud de su conocida. No aprobamos la lamentable opinión de ella, y podríamos preguntar: ¿puede haber ocupación más noble y placentera para una madre que dedicarse a proteger y a educar a sus hijos, a preservar su inocencia y formarlos en la virtud? ¿Habrá tiempo mejor empleado?
Rudeza o delicadeza
«Pide el orden natural de las cosas que todos los valores particularmente ricos en gracia y delicadeza estén al servicio de la mujer, pues ellos constituyen lo propio de su fragilidad, el medio adecuado para que en alma femenina se expandan las más nobles cualidades de esposa, de madre y de hija.
«Y por esto mismo nada nos es más desagradable que ver una mujer dedicada a trabajos cuya rudeza es incompatible con su delicada naturaleza: cargadora de fardos, mecánico, soldado"…
«…Si la mujer debe ser igual al hombre, este debe ser igual a la mujer. Y el hombre afeminado es fruto genuino de las mismas tendencias e ideas igualitarias, más o menos subconscientes, que dieron origen a la masculinización de la mujer.
«Mujer masculinizada, hombre afeminado, índices seguros de decadencia y corrupción de la familia, y por tanto de la Civilización».
Desgraciadamente, la sociedad moderna no está organizada en función de los altos valores morales católicos, pero sí de conceptos hedonistas (concebir como finalidad de la vida la búsqueda del placer). Nace así la ambición desenfrenada de ganar dinero y, con ella, el deseo de «aprovechar» la vida. Para esto trabajar mucho. Así, los hijos son considerados un obstáculo que «roba» el tiempo dedicado a sí mismo, al gozo de la vida, etc.
Sociedad «anti-hijos»
Otro factor, originado principalmente en el siglo XX, es la urbanización y la industrialización, que produjeron profundas transformaciones en la institución familiar, forzando e incentivando la constitución de la llamada «familia nuclear» (compuesta sólo por los esposos, uno o dos hijos y -según la Sra. Raquel- «un perrito»…). Un estilo de vida bien diferente del de la «familia patriarcal» (prole numerosa, con muchos parientes que conviven intensamente, con visitas recíprocas etc.). En esta última, la formación de los niños se daba en una atmósfera de mucha convivencia social. Desde los abuelos o incluso de los bisabuelos, hasta los primos de diversas edades. La mujer permanecía en casa, con la noble y elevada misión de madre de familia, velando por los niños, inculcándoles las primeras nociones de la fe católica, la admiración por los actos destacados de los antepasados, y cuidando de las tareas domésticas.
De paso, estamos conscientes que la vida como está organizada hoy -o desorganizada-, muchas veces, debido a exigencias económicas, obliga a la mujer a trabajar fuera del hogar. Frecuentemente ella es más una víctima que autora de una situación que a ella no le gusta. Pero en este caso el trabajo debería ser delicado, que condiga con la naturaleza femenina. La mujer no tiene vocación para hacer trabajos pesados como, por ejemplo, los de cargadora de fardos o camionera.
Es necesario añadir que debería ser una labor suave, que diese a la mujer las condiciones de ejercerla sin extenuarse; que le proporcionase tiempo también para cuidar del hogar y desvelarse por la prole; que no le exigiese ausentarse todo el día; que no la obligue a llegar a su casa agotada de tal modo que no pueda dar la debida atención a sus hijos.
Armonización entre trabajo y familia
Ya que tanto se habla de derechos de las mujeres, ¿porqué no emprender una acción que les facilitase el ejercicio de su elevada misión de madres de familia, incentivando trabajos, con horarios más flexibles y más apropiados a las de madres de familia? ¿Por qué no elaborar, por ejemplo, una política de gobierno que las auxilie a conciliar familia y trabajo, no creando dificultades a la permanencia de la madre con sus hijos, favoreciéndolas particularmente -lo que es indispensable- durante sus primeros años de vida?
No vemos, sin embargo, movimientos feministas defendiendo esos auténticos derechos, pero sí reivindicando la equiparación de la mujer al hombre, la liberación de la mujer y el derecho al trabajo, como si ella pudiese contribuir más a la sociedad como trabajadora que como madre. Tales reivindicaciones serían más apropiadas a un movimiento de masculinización de la mujer que a un movimiento feminista.
Esta «lucha» de las feministas por la igualdad entre hombres y mujeres, las perjudica gravemente.
En ese feminismo vemos incrustada, además de una reivindicación antinatural, una revolución igualitaria contra las desigualdades naturales y complementarias establecidas por Dios entre los sexos.
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