jueves, 17 de marzo de 2011

El origen de la crisis de Egipto

 

Por Gerardo Enrique Garibay Camarena

Fuente Yoinfloyo.com

Febrero / 2011

 

 

 

La Eactual crisis política en el mundo árabe comenzó, como suele ocurrir en estos casos, con un incidente aislado en un pequeño pueblo llamado Sidi Bouzid, el pasado 17 de diciembre, cuando un joven desempleado se inmoló en protesta después de que la policía local le impidió vender verduras en la calle.

 

El hecho sirvió como el catalizador de la frustración popular, por lo que, durante los días siguientes, las manifestaciones se extendieron por la región y para principios de enero ya habían alcanzado escala nacional ante la represión de las autoridades, tan inútil como contraproducente, que provocó la muerte de al menos 78 personas.

 

Finalmente, el 14 de enero, el presidente Zine al-Abidine Ben Ali se vio obligado a huir, dando paso a la conformación de un nuevo gobierno de unidad que lleva a cabo un verdadero acto de equilibrismo político para mantener el orden en el país, que había sido gobernado con mano de hierro por Ben Ali desde 1987.

 

Animados por el ejemplo tunecino, decenas de miles de manifestantes tomaron las calles de la capital de Yemen, Sanaa, para exigir la salida del presidente Ali Abdullah Saleh, que ha encabezado al país durante 30 años y otros tantos han iniciado protestas contra el gobierno jordano.

 

La marea de manifestaciones se extendió también a Egipto, donde a partir del 25 de enero una serie de protestas multitudinarias ha puesto contra la pared al régimen del presidente Hosni Mubarak, quien al igual que su colega de Túnez, ha recurrido a la represión y el toque de queda como herramientas contra los manifestantes, con resultados igualmente negativos.

 

Mientras tanto las señales internacionales, incluyendo las tibias muestras de apoyo de sus vecinos y las declaraciones de Hillary Clinton y del propio Barack Obama, parecen indicar que el régimen de Mubarak está solo mientras enfrenta su mayor desafío en tres décadas de dominio.

 

Aún así y tras varios días de intensas manifestaciones, que han obligado a Mubarak a prometer la conformación de un nuevo gobierno, encabezado por él mismo, todavía es imposible pronosticar si la élite gobernante logrará sobrevivir a este movimiento o si Egipto entrará a una nueva etapa de su vida política.

 

A estas horas, la gran preocupación en el mundo entero, mientras el dominio de Mubarak se tambalea, es qué pasará con el tránsito por el canal de Suez y con el tradicional papel de estabilizador que Egipto ha jugado en la región a partir de los acuerdos de paz con Israel de 1978, una vez que surjan los nuevos liderazgos, sobre todo ante el riesgo de que el país caiga en control del extremismo musulmán, con todo lo que ello implica.

 

Incluso con la conciencia de estos riesgos, los movimientos sociales en Egipto y en todo el Medio Oriente representan una voz de esperanza para quienes todavía viven bajo el yugo de las dictaduras y nos recuerdan que la marea de la libertad es una fuerza contagiosa.

 

Que los gobiernos deben trabajar para la sociedad y no al revés, que sus gobernados no son muebles, sino personas con anhelos y expectativas y que el poder político no es un cheque en blanco, sino un compromiso de servicio.

 

Esta es una lección que todos los gobernantes del mundo, y especialmente de nuestro país, deben tener muy clara, por su propio bien y el de todos los demás. Recuerden que "si ves las barbas del vecino cortar…"

 

 

 



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