Por: Cirze Tinajero
Febrero / 2010
Este año nuestra Constitución cumple 93 años desde que se promulgó en el estado de Querétaro y para muchos es un orgullo que a pesar de tantos años siga vigente. Sin embargo, durante todo este tiempo ha sido reformada centenares de veces, tanto así que en vez de ser una normativa parece ya un experimento legislativo con tendencia "frankensteiniana".
Uno podría decir que todos estas reformas han sido necesarias, que la sociedad mexicana ha cambiado y que por ende también tenían que hacerlo sus leyes, pero la realidad es que la Constitución de 1917 desde sus inicios cometió el gravísimo error de ir en contra de su propio pueblo. Digamos que Carranza no entendió del todo la famosa obra de Montesquieu "El Espíritu de las Leyes" en donde el autor nos dice que la separación de poderes es necesaria, pero que al momento de legislar hay que hacerlo comprendiendo la naturaleza y características de a quiénes se gobierna.
Para demostrar dicho argumento tenemos un ejemplo perfecto: la separación Iglesia- Estado. Si analizamos la Constitución de 1917 en su texto original, nos damos cuenta que estaba en contra de cualquier dogma religioso, especialmente atacaba a la Iglesia Católica, ya que no reconocía legalmente a las iglesias; de ahí que se desprendieran serias implicaciones, como que no pudieran ser propietarias de ningún bien raíz, participar en aspectos sobre educación ni ayudar a instituciones de beneficencia.
Incluso, en ese entonces, se prohibió a los ministros religiosos el derecho a votar en las elecciones. Posiblemente estos dictámenes se excusaban e incluso se basaban en que era necesario quitarle poder a la Iglesia para que no interviniera en la formación del México postrevolucionario.
Sin embargo, no se puede obligar a un pueblo a que deje a su Dios (cualquiera que éste sea) de lado por un tiempo mientras el país se fortalece políticamente; en especial, cuando la formación religiosa ha sido primordial para construir la identidad de dicha nación.
Ahora bien, podríamos decir que las malas regulaciones en contra de la Iglesia quedaron en el siglo pasado y que gracias a los cambios realizados en temas religiosos hemos madurado en dicha materia, pero tristemente la realidad no es así. Si nos ponemos a analizar la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público nos encontramos con lo siguiente:
"(…) El Estado no podrá establecer ningún tipo de preferencia o privilegio en favor de religión alguna. Tampoco a favor o en contra de ninguna iglesia ni agrupación religiosa (…). Las asociaciones religiosas deberán: (…) respetar en todo momento los cultos y doctrinas ajenos a su religión, así como fomentar el diálogo, la tolerancia y la convivencia entre las distintas religiones y credos con presencia en el país".
Suena perfecto, incluso la legislación parece invitar a una sana convivencia, pero en la práctica esto no se lleva a cabo, pues en el momento en que cualquier asociación toma una postura o da su opinión, las autoridades la atacan diciendo que su posición es inválida, que no debe de entrometerse; es decir, el Estado pide diálogo y tolerancia, cuando éste no es capaz de darlo.
De esta manera podríamos analizar otros artículos de dicha ley, pero lo que sigue siendo destacable es que el Estado mexicano se niega a darle un lugar a la religión, sin darse cuenta que es necesaria y que al hacerlo no ocurrirá una gran catástrofe política.
Incluso Estados Unidos, sí ese país que tantos admiran por su democracia y que muchos aspiran a alcanzar una vida política similar, les da su lugar a las creencias religiosas y sin miedo a que lo acusen de "mocho".
Por ejemplo, en la toma de protesta de Barack Obama, el hoy presidente estadounidense colocó su mano sobre la Biblia usada por el presidente Abraham Lincoln en 1861, manifestando: "Protegeré y defenderé la Constitución de EU y que Dios me ayude", muestra de que la ley de Dios es la que protegerá a la del hombre.
Es decir, Estados Unidos entiende que la religión es esencial para apoyar las instituciones democráticas que aprecian. Mientras que en nuestro país buscamos eliminar la figura de Dios en nuestra vida pública, pero dejamos que cualquiera sea defensor de la democracia y tome la Cámara de Diputados o cualquier calle por importante que sea, caso Paseo de la Reforma.
Estimado lector, es momento de entender cuáles son nuestras raíces, fomentar tolerancia tanto entre las religiones como para ellas y pedir que nos gobiernen entendiendo quiénes somos.
«La vanidad es la gloria de los pobres de espíritu»
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