Por: Federico Müggenburg Diciembre / 2010 La característica más notable del viejo sistema político estaba integrada por el binomio del presidencialismo autoritario y su contraparte, la familia revolucionaria, con su partido casi único, que al tiempo que habilitaba el autoritarismo, vigilaba y garantizaba su ejercicio a la limitación temporal de seis años. Esa manera de conformar el modo de gobernar, estuvo vigente durante setenta y dos años. Echarlo a andar no fue fácil, costó la vida al "manco", Alvaro Obregón y la expulsión del país al "jefe máximo", Plutarco Elías Calles. Los llamados "pactos secretos" que le dieron forma fueron saliendo a la luz poco a poco, luego ordenados y sistematizados por académicos y observadores de la vida política mexicana, como fue el caso de Daniel Cossío Villegas. Ello permitió desenmascarar la falsedad de la expresión, llamada alguna vez, "democracia dirigida", culminación de la simulación democrática. La concentración de poder que la misma Constitución daba al presidente, más las que luego fueron denominadas "facultades meta constitucionales" y las leyes no escritas de su funcionamiento, se convirtieron en la expresión de los vicios políticos que impidieron la formación de generaciones de ciudadanos impregnados del genuino espíritu cívico, en el que la participación fuera la pauta para el logro del bien común, como finalidad última del quehacer político. El ejercicio de la política se concentraba en la adquisición del poder, para beneficio exclusivo del "Príncipe y su Corte", según el fundamento de las teorías de Nicolás Maquiavelo. El "príncipe", era el "señor presidente" y su "corte", la "familia revolucionaria". Algunos pocos que no fueron absorbidos o cooptados por esa peculiar forma de hacer política fueron condicionados por unas "leyes" y luego unas sucesivas "reformas electorales" que mediatizaron el verdadero ejercicio democrático. Los problemas internos de la "familia revolucionaria", la ruptura del los pactos secretos, de sus leyes no escritas, por los excesos en la violación de las leyes y la sobreabundancia de la corrupción, más el advenimiento del mundo globalizado, terminaron por debilitarlos al extremo de que ya no fueron capaces de mantenerse unidos, por lo que cerraron el ciclo volviendo a sus inicios, cuando sus diferencias se resolvían con el asesinato. Están los casos de Colosio y Ruiz Massieu como muestras de regresión a sus orígenes. La voluntad de las nuevas generaciones de ciudadanos, hastiados de la corrupción y la mentira, logró manifestar en el año 2000, el deseo de cambio con la alternancia. Sin embargo la cultura política vigente durante setenta y dos años, prevaleció en la forma de administrar la gestión del gobierno por falta de proyectos y programas sustancialmente distintos. Se siguieron haciendo las cosas de la misma forma, sin vestigio de cambios para un nuevo fondo. Los nuevos gobernantes en el Ejecutivo, sin mayoría en el Legislativo que propiciara la adecuación del marco jurídico, para facilitar la transición a otro sistema político diferente, marcaron la frustración de lo que se debió hacer y no se hizo, como normalmente ocurre cuando el proceso de la transición lleva del autoritarismo a la democracia plena, del intervencionismo gubernamental a la economía de mercado social y moralmente responsable, y de la corrupción impune a la vigencia del Estado de Derecho. Y no es que con el gobierno de Fox no se hayan logrado avances, que sí los hubo, pero faltó la calidad y la visión de estadista para haber logrado mucho más. Actualmente la tentación autoritaria está vigente y una de sus manifestaciones más obvias, el "dedazo", está latente en el gobierno en turno y evidente en los opositores. Basta ver las actitudes de Andrés López, evidenciadas cuando fue Jefe de Gobierno del Distrito Federal y ahora que es ciudadano común, aunque se presenta como "presidente legítimo", imponiendo "juanitos" y ahora "juanitas" para ser los candidatos de su capricho. Además ya se auto-destapó como el candidato de la izquierda para 2012, por el PT, Convergencia o PRD, sean aliados o divididos. Por otro lado, se ve a Peña Nieto repartir favores y recursos a los candidatos a gobernadores del PRI, violar los estatutos de su partido marcando por "dedazo" al gobernador Moreira para la presidencia de su "instituto político", operando como lo fuera el "jefe máximo". Pagando tiempos en la televisión, para proyectar su imagen hasta el extremo de la saturación y pretendiendo seducir a eclesiásticos importantes para la celebración de su boda religiosa. Por su parte, Manuel Camacho sufre el riesgo del ridículo, al no poder consolidar su "dedazo" a favor de Ebrard, por la falta de paciencia de Andrés López, quien no va a esperar el momento de constar quien es el mejor "posicionado", según reales o supuestas encuestas. En cuanto al PAN, que tenía una tradición democrática interna, ha padecido los contagios del autoritarismo al haberse marcado por "dedazo" las candidaturas a gobernadores -salvo alguna excepción, como la de Sonora-, las de diputados federales en 2009 y notablemente la de los últimos dos presidentes del partido (Martínez y Nava). Aún estamos a la espera de la candidatura a la Presidencia para 2012. Esta tentación autoritaria no sólo se refiere a la posible actitud del presidente del país, sino a la de algunos burócratas que temen perder su puesto, si creen que al ejercer el voto en el seno de su partido, van en contra del real o supuesto candidato presidencial. Por donde se le busque, parece prevalecer la regresión al vicio del presidencialismo autoritario, que tanto daño hace a la expresión de una genuina democracia. Sin embargo, no se trata de un fatalismo determinista, sino de la expresión de la libertad humana, que puede plasmarse en una forma o en otra, según el sistema educativo establecido y que esté vigente.
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viernes, 17 de diciembre de 2010
El regreso al presidencialismo autoritario
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