Por: José Martínez Colín Agosto / 2009 Para saber En el actuar humano, ante ciertos estímulos negativos se dan ciertas reacciones inmediatas, casi automáticas. Son reacciones primeras. Por ejemplo, cuando ante un dolor o golpe, la persona grita o dice una mal palabra. Aunque muchas veces no comportan maldad moral grave al no ser plenamente voluntarias, es posible educar esas reacciones y dominarlas. Dos historias ejemplifican las consecuencias que pueden tener nuestros actos. Para pensar Primera historia Una vez, un motorista llevó a un niño, que había sido atropellado, a la sala de emergencia de un hospital privado, muy costoso. Cuando al hombre se le pidió que efectuara el depósito necesario para atenderlo, informó que no contaba con dinero para la garantía. No conocía al pequeño y no sabía si sus padres podrían pagar. La enfermera, ante la imposibilidad de ingresarlo, consultó con uno de los doctores que estaba de guardia. El doctor, que había tenido un día cansado y muy difícil, estaba a punto de irse. Oyó a la enfermera y su primera reacción fue negarse a atenderlo. Dejándose llevar por el malestar, le dijo enojado que no podía pagar ni responsabilizarse de cualquiera que viniera; le indicó que le dijera al señor que se lo llevara a otro hospital. El motorista recibió con dolor la noticia, y mientras buscaba otro centro médico, el pequeño murió. Luego, buscando entre sus pertenencias, encontró un teléfono y decidió hablar para dar la triste noticia. Más tarde, cuando el doctor en turno regresó a su casa recibió una llamada. Era el motorista. Hablaba para informarle la muerte de su hijo. Segunda historia Cuando regresaba del trabajo, Antonio, un padre de familia, se encontró con un embotellamiento de tránsito infernal y notó que un señor conducía alocadamente, cortándole el paso a todos al tratar de abrirse paso entre los vehículos. Cuando se aproximó al carro de Antonio, se le atravesó de una manera tan brusca, que por poco ocurre un accidente. En ese momento, la primera reacción de Antonio fue de insultarlo e impedirle el paso. Pero recapacitó y pensó: "¡Pobre hombre! Está tan nervioso y apurado... ¡Sabrá Dios si tiene un problema serio y necesita llegar cuanto antes a su destino!". Detuvo su auto y lo dejó pasar. Al llegar a casa, Antonio recibió la noticia de que su hijo de tres años había sufrido un grave accidente y había sido llevado al hospital por su esposa. Inmediatamente fue a la clínica; al llegar, su mujer corrió y lo tranquilizó, diciéndole: "Gracias a Dios todo está bien. El médico llegó justo a tiempo para salvar la vida de nuestro hijo; ya está fuera de peligro". Aliviado, Antonio pidió hablar con él para agradecerle. ¡Cuál sería su sorpresa cuando vio que el médico era el señor nervioso y apurado a quien había cedido el paso casi una hora antes y que manejaba así para ir a curar a su hijo! Para vivir La comprensión es el mejor antídoto para evitar juzgar mal a las personas. Hay que tener en cuenta que no conocemos las intenciones de los demás, y será siempre mejor pensar que tendrán una buena causa que les lleva a actuar así.
«Por mi patria hablará la razón de la justicia» |
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